lunes, 27 de junio de 2011

Nuestra responsabilidad respecto a la creación

Si nuestra mirada recorre los países de América Latina y El Caribe, de inmediato nos damos cuenta que hemos defraudado gravemente a Dios, Creador y Señor de nuestras vidas. El hombre ha devastado sin vacilación llanuras y valles, ha contaminado las aguas, ha deformado el hábitat de la tierra, ha hecho irrespirable el aire, ha alterado los sistemas hidro-geológicos y atmosféricos, ha desertizado espacios verdes, ha realizado formas de industrialización salvaje, humillando – con una imagen del gran poeta italiano Dante Alighieri – «el jardín» que es la tierra, nuestra morada.

Por eso, S.S. Benedicto XVI afirma con claridad que «la Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y se siente en el deber de ejercerla también en el ámbito público, para defender la tierra, el agua y el aire, dones de Dios Creador para todos, y proteger a la persona humana…».

Además, es importante valorar la vivencia espiritual de los pueblos indígenas, que desde sus orígenes se sienten parte de la madre tierra y se relacionan con ella como “matriz de la vida”. Para el quechua andino “la tierra es un ser vivo…”. Es la “pacha mama” (madre tierra). Para el guaraní, al romper el hombre la armonía con la naturaleza, se quiebra la solidaridad humana. Los mayas al estar en contacto con el medio ambiente, no hablan de Dios sino le hablan a Dios. Las culturas originarias, por tanto, expresan un espíritu que descubre la sabiduría y la fuerza de Dios en el universo y en los bienes de la creación (agua, aire, suelo). Es fácil para ellos comprender la relación armónica de la persona con la naturaleza. Por eso la respetan y la aman como “casa común” de todos.

En el documento de Aparecida, la Iglesia Latinoamericana ha ofrecido algunas propuestas y orientaciones: «Evangelizar a nuestros pueblos para descubrir el don de la creación; profundizar la presencia pastoral en las poblaciones más frágiles y amenazadas por el desarrollo depredatorio para apoyarles en sus esfuerzos y lograr una equitativa distribución de la tierra, del agua y de los espacios urbanos; buscar un modelo de desarrollo alternativo, integral y solidario, basado en una ética que incluya la responsabilidad por una auténtica ecología natural y humana, que se fundamenta en el evangelio de la justicia, de la solidaridad y del destino universal de los bienes y que supere la lógica utilitarista e individualista que no somete a criterios éticos los poderes económicos y tecnológicos. Por tanto, alentar a nuestros campesinos a que se organicen de tal manera que puedan lograr sus justos reclamos».

Fuente: Homilía de Mons. Bruno Musarò, Nuncio Apostólico en el Perú. En la misa de inauguración del Seminario sobre Industrias Extractivas.

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