jueves, 8 de noviembre de 2012

La basura nuestra de cada día



La mayor parte de la basura que produjeron nuestros antepasados fue orgánica. Ellos sabían como procesarla y aprovecharla. Servía sobre todo como abono. Residuos sólidos, manejados de manera correcta, fueron percibidos como algo positivo y hasta indispensable.

Pero cambiaron los tiempos. La mayor parte de los residuos sólidos actuales son productos químicos, plásticos, productos tóxicos y venenosos. La madre tierra ya no tiene suficiente potencial regenerador para aprovecharlos o por lo menos neutralizarlos. Sigue la posibilidad de reciclaje para una seria de fines útiles, pero parte de la basura que producimos cada uno de nosotros todos los días tiene que ser tratado racionalmente para que haga lo menos posible daño a las tierras, las aguas y el aire. Crece de manera alarmante la cantidad de deshechos que producimos. Parece aumentar más rápidamente el volumen de basura, de que crezca la conciencia ambiental que debe asegurar un control adecuado de sus efectos negativos.

Seamos sinceros. Basta observar nuestras avenidos, calles y parques, para darnos cuenta de que el camino a recorrer es todavía sumamente largo. A veces basta recorrer una sola cuadra para enfrentarse con centenares de bolsitas de plástico y toda clase de basuras dejados por los que viven o han pasado por este lugar. Somos como pájaros que ensuciamos nuestro propio nido, sin preocuparnos del daño y el peligro por la salud pública que causamos y menos de la fealdad que dejamos en el ambiente en el cual vivimos. Se trata de una falta de autoestima alarmante y una falta de respeto para nuestros propios familiares, amigos, co-cuidadanos y visitantes. Nuestra manera de tratar la basura es uno de los criterios para medir nuestro valor o pobreza humana.

Pero hay más. No solamente ensuciamos las calles, avenidas y parques de las ciudades y de los pueblos. También a los bordes de las carreteras podemos observar más y más residuos, sobre todo de embalajes de comidas y bebidas. El viento se encarga de dispersarles sobre chacras y zonas de pastoreo. Los ríos y sus orillas se llenan de plásticos. Deberíamos poder considerar los caminos y ríos como las venas del territorio de nuestro departamento, aptas para traen vida y bienestar a todos partes. De hecho les utilizamos como largas cintas de botaderos de basura, que dan testimonio de nuestra falta de responsabilidad ecológica.

Lo peor de todo es que inclusive somos capaces de destruir lo que admiramos y disfrutamos. Todos sabemos que en todos partes de nuestro departamento y alrededor de la ciudad existen paisajes de una belleza extraordinaria. Los habitantes y los encargados de estas zonas, conscientes de su gran valor ecológico, las cuidan y defienden en todo lo que puedan. Con toda razón grupos y personas que viven en la ciudad visitan estos lugares y disfrutan de su tranquilidad, diversidad biológica, colores y olores naturales. Sin embargo, parece increíble, pero existen individuos o grupos de jóvenes, de organizaciones sociales, de establecimientos educativos y iglesias, que son capaces de destruir, de convertir en basurales los lugares que habían escogido como lugar de visita por su tranquilidad, belleza o valor histórico, ecológico y cultural.

Indudablemente está creciendo en Oruro un movimiento ambiental que busca respetar y cuidar la madre tierra y que recibe el apoyo de muchas organizaciones y entidades. Pero parece que  la población en general no siente todavía la urgencia de preservar nuestras tierras, aguas y aire, para que todos podamos disfrutar de un ambiente sano e agradable. ¿Será necesario imponer sanciones? ¿O será posible inducir en "el orgullo de ser orureño" el cuidado del territorio y de la calidad del vida? Tenemos la responsabilidad sobre un patrimonio de la humanidad, que no solamente consiste en música y bailes, sino que incluye todo un contexto histórico, sociocultural e ecológico. Dar un destino adecuado a la basura que generamos todos los días, como personas, grupos e empresas, debe llegar a ser parte de la identidad del orureño.

Gilberto Pauwels
CEPA

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