jueves, 9 de abril de 2009

Desaten al Burro

Para Pascua, queremos compartir esta bonita reflexión sobre Domingo de Ramos, que tan acertadamente hace Padre Bernardino Zanella

No sé porque este año me ha llegado con tanta fuerza y turbación el relato del evangelio de San Marcos sobre la entrada de Jesús a Jerusalén (11,1-10), leído el domingo de ramos. Tal vez porque me cuestiona demasiado radicalmente. Para su ingreso a la Capital, Jesús mandó a buscar un burro. No entra sobre un caballo, que era la cabalgadura de los ejércitos vencedores, que entraban triunfalmente en la ciudad conquistada. La imagen de Jesús sobre un burro nos hace reflexionar. Es reveladora. Recuerda evidentemente el anuncio del profeta Zacarías (9, 9): “Mira a tu Rey que viene a ti, justo y victorioso, humilde, y va montado sobre un burro, sobre el hijo pequeño de una burra”. La primera explicación que se nos ocurre es que Jesús ha elegido un burro para manifestar la mansedumbre y la humildad de su Reino. Sin duda el burro en el tiempo de Jesús, sobre todo en Galilea, era una presencia imprescindible en la vida del campesino. Era el compañero fiel de su trabajo y la ayuda insustituible en sus traslados. Compartía la única habitación de la familia. Servía a la vida, mientras que el caballo servía para la guerra y la muerte. Por este motivo Jesús podría haber elegido un burro. Pero Marcos nos dice “que ningún hombre ha montado todavía ese burro”. Nos está diciendo que hasta ahora la experiencia religiosa judía, y humana en general, no ha conocido la originalidad de la propuesta de Jesús. Con este gesto, y luego con el lavado de los pies a los discípulos, y con su misma cruz, Jesús destruye la imagen de un Dios todopoderoso, que puede hacer todos los milagros que se le de las ganas, y nos manifiesta en cambio a un Dios que es vida, servicio, misericordia, amor hasta el extremo. Las religiones muy a menudo se han preocupado de presentarse con los símbolos del poder y del prestigio propios de la sociedad civil. Y a veces con los símbolos que la misma sociedad ya ha superado y abandonado. No han “montado sobre el burro”. Por eso el evangelio nos dice que el burro está “amarrado”. Y Jesús manda a sus discípulos: “¡Desátenlo!”. Los discípulos obedecen a Jesús, pero no lo entienden. Seguirán soñando con un Mesías poderoso, triunfador, y por eso no soportarán el trauma y el escándalo de la pasión y muerte de Jesús, y desaparecerán. Sólo el centurión pagano reconocerá que Jesús es “verdaderamente el hijo de Dios”, justo porque no baja de la cruz, como le exigían irónicamente sus adversarios, sino que entrega su vida. Nuestra condición de seguidores de Jesús tiene que llevarnos a “desatar el burro”, a hacer que las opciones de Jesús se hagan nuestras mismas opciones, persiguiendo la alegría de gastar la vida, como él, en el servicio y en el amor.

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