Este 8 de marzo se celebra el día internacional de la mujer, conmemorando la lucha de muchas mujeres en el mundo por la reivindicación de sus derechos humanos y laborales; además la exigencia de su participación en ámbitos de decisión familiar, política, económica y social, buscando el desarrollo integral de todos los seres humanos como personas con dignidad.
Cabe mencionar que la primera celebración del Día Internacional de la Mujer se realizó el 19 de marzo de 1911 en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza.
Posteriormente ésta conmemoración se extendió a numerosos países. La Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 1977, proclamó el 8 de marzo como Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional.
En el mundo andino, se debe considerar a la mujer como la parte más afectada por la colonización; pues al igual que los hombres ha sentido con fuerza la desestructuración de sus comunidades y su cultura, siendo sometida a diversas formas de opresión y explotación. Además se añaden problemas relacionados con su sexo ya que la colonización, con ese enfoque de patriarcalización, ha roto el equilibrio existente de la dualidad hombre/mujer existente en las culturas y ha promovido el machismo vinculado a la ideología dominante del pensamiento colonial.
En este contexto, la mujer indígena originaria acumula la opresión étnica, clasista y de género, situación sobre a la cual es necesario reflexionar y sobre la cual es imprescindible actuar. En este sentido las mujeres migrantes del área dispersa logran conseguir trabajo en las ciudades en situaciones de explotación y discriminación. Es así que podemos encontrar en varios restaurantes mujeres de pollera que trabajan por un plato de comida o por unos pesos inferiores al salario mínimo vital bajo el pretexto de “ayuda”. Por otra parte, si bien por muchos es considerado que las labores de casa son también trabajo realizado en el hogar, la explotación se duplica, debido a que sus esposos tienen sueldos que apenas llegan al salario mínimo vital. En consecuencia, estas mujeres deben hacer alcanzar el dinero para la alimentación de todo el mes; para la educación de sus hijos - ellas garantizan los materiales escolares bajo la amenaza de los maestros que “si no tienen dinero para comprar la lista de materiales exigidos no deberían estudiar”- y para la salud de su familia. Todas estas situaciones, en muchos casos, hacen que la mujer indígena en las ciudades sea sometida a la exclusión y una doble explotación laboral.
Por esto es importante pensar en la mujer andina y lo que representa en el contexto familiar, político, económico y social, ya que es necesario analizar sus funciones y las relaciones entre liderazgo tradicional y liderazgo moderno. Por lo que debemos preguntarnos si las funciones que las mujeres desempeñan en la familia y la sociedad son secundarias o fundamentales.
Vemos pues en la sociedad andina espacios en los que la mujer “sola", -soltera o viuda o madre soltera-; asume responsabilidades de carácter familiar, social, político y económico. De esta manera la mujer se constituye en garante de las relaciones sociales que van más allá de las responsabilidades familiares; pues vemos en las comunidades que los jóvenes y adultos han migrado a causa de la contaminación de las tierras y aguas, sequías o inundaciones, mientras que las mujeres permanecen en las comunidades y garantizan la producción agrícola y pecuaria.
En Bolivia, la participación de las mujeres en espacios políticos se remonta a la década de los 70, por ejemplo en el sector minero a través de los “Comités de Amas de Casa”. Sin embargo, se debe reconocer que no se les reconoce una verdadera participación protagónica, ya que este sector hasta hoy está supeditado a los sindicatos mineros que son dirigidos por hombres. La participación de la mujer en ámbitos políticos y de toma de decisiones se remonta a la década de los 90, de igual manera sin que éstas sean reconocidas con el mismo nivel de decisión que los hombres que ocupaban los mismos cargos. Pero cabe citar un hecho simbólico de la década de los 2000 que, creemos, marca historia en la búsqueda de participación protagónica de la mujer en su ejercicio de la participación política y en espacios de la toma de decisiones en la construcción de los nuevos destinos del Estado Plurinacional. Este hecho es que la Asamblea Constituyente elige a la señora Silvia Lazarte como presidenta y que ella además de ser una mujer de pollera, es indígena.
Por esto Ruth Vilches nos dice que “la preocupación por avanzar el logro de la igualdad de género y la temática ambiental datan de la década de los años 90. En esta década el estado trata de institucionalizar la perspectiva de género y de los pueblos indígena originario campesinos en todos sus programas, transversalizando la temática en proyectos y acciones de lo que significaría la Participación Popular. Sin embargo, la concepción de género se asenta en las corrientes del feminismo liberal, donde la preocupación era sólo formular políticas públicas a favor de las mujeres en el sentido de reconocer la desigualdad. La generación de normas limita su alcance a un impacto punitivo en caso de necesidad, por lo que el género no tiene una carga política. Las desigualdades no se explican en términos de un sistema estructural injusto donde las mujeres indígenas originarias campesinas están marginadas y excluidas y subalternizadas por una clase media. Además están ausentes los planes de acción dirigidos a revertir las desventajas históricas que tienen las mujeres, como por ejemplo en el tema de la utilización de los recursos naturales en general y del agua en particular. Estos temas que no están considerados en las leyes constitucionales, ni están en consonancia con la forma de pensar propio de las mujeres, cuya posición política se situa en desventaja frente a los hombres. Estos últimos tienen un papel privilegiado en el tema de la herencia de tierras y para al acceso al agua”.
En ese contexto la mujer va asumiendo un nuevo rol político y se va reconociendo su papel fundamental en la toma de decisiones para la construcción del Estado Plurinacional que tiene rostros de mujeres ancianas, indígenas – originarias – campesinas – afrodescendientes – citadinas. Las mujeres buscan consolidar su participación política y protagónica desde la apropiación de conocimientos para el ejercicio de sus derechos; desde su propio discurso, su cotidianeidad, su experiencia de exclusión, su lucha por la reivindicación de derechos, su vivencia ante la situación económica y política y sobre todo desde esas huellas coloniales y patriarcales que quedan plasmadas en la memoria colectiva.
Julián Arias
PROGRAMA DIVERSIDAD – CEPA
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