La mayor parte
de la basura que produjeron nuestros antepasados fue orgánica. Ellos sabían
como procesarla y aprovecharla. Servía sobre todo como abono. Residuos
sólidos, manejados de manera correcta, fueron percibidos como algo positivo y
hasta indispensable.
Pero cambiaron los tiempos. La mayor parte de los residuos sólidos actuales son productos químicos, plásticos, productos tóxicos y venenosos. La madre tierra ya no tiene suficiente potencial regenerador para aprovecharlos o por lo menos neutralizarlos. Sigue la posibilidad de reciclaje para una seria de fines útiles, pero parte de la basura que producimos cada uno de nosotros todos los días tiene que ser tratado racionalmente para que haga lo menos posible daño a las tierras, las aguas y el aire. Crece de manera alarmante la cantidad de deshechos que producimos. Parece aumentar más rápidamente el volumen de basura, de que crezca la conciencia ambiental que debe asegurar un control adecuado de sus efectos negativos.
Seamos sinceros. Basta observar nuestras avenidos, calles y parques, para darnos cuenta de que el camino a recorrer es todavía sumamente largo. A veces basta recorrer una sola cuadra para enfrentarse con centenares de bolsitas de plástico y toda clase de basuras dejados por los que viven o han pasado por este lugar. Somos como pájaros que ensuciamos nuestro propio nido, sin preocuparnos del daño y el peligro por la salud pública que causamos y menos de la fealdad que dejamos en el ambiente en el cual vivimos. Se trata de una falta de autoestima alarmante y una falta de respeto para nuestros propios familiares, amigos, co-cuidadanos y visitantes. Nuestra manera de tratar la basura es uno de los criterios para medir nuestro valor o pobreza humana.
Pero hay más.
No solamente ensuciamos las calles, avenidas y parques de las ciudades y
de los pueblos. También a los bordes de las carreteras podemos
observar más y más residuos, sobre todo de embalajes de comidas
y bebidas. El viento se encarga de dispersarles sobre chacras
y zonas de pastoreo. Los ríos y sus orillas se llenan de plásticos.
Deberíamos poder considerar los caminos y ríos como las venas del
territorio de nuestro departamento, aptas para traen vida y bienestar a
todos partes. De hecho les utilizamos como largas cintas de botaderos de
basura, que dan testimonio de nuestra falta de responsabilidad ecológica.
Lo peor de
todo es que inclusive somos capaces de destruir lo que admiramos y disfrutamos.
Todos sabemos que en todos partes de nuestro departamento y alrededor de
la ciudad existen paisajes de una belleza extraordinaria. Los habitantes y los
encargados de estas zonas, conscientes de su gran valor ecológico,
las cuidan y defienden en todo lo que puedan. Con toda razón grupos
y personas que viven en la ciudad visitan estos lugares y disfrutan
de su tranquilidad, diversidad biológica, colores y olores naturales. Sin
embargo, parece increíble, pero existen individuos o grupos de jóvenes, de
organizaciones sociales, de establecimientos educativos y iglesias, que son
capaces de destruir, de convertir en basurales los lugares que habían escogido
como lugar de visita por su tranquilidad, belleza o valor histórico,
ecológico y cultural.
Indudablemente
está creciendo en Oruro un movimiento ambiental que busca respetar y
cuidar la madre tierra y que recibe el apoyo de muchas organizaciones y
entidades. Pero parece que la población en general no siente
todavía la urgencia de preservar nuestras tierras, aguas y aire, para que
todos podamos disfrutar de un ambiente sano e agradable. ¿Será
necesario imponer sanciones? ¿O será posible inducir en "el orgullo de ser
orureño" el cuidado del territorio y de la calidad del vida?
Tenemos la responsabilidad sobre un patrimonio de la humanidad, que
no solamente consiste en música y bailes, sino que incluye todo un
contexto histórico, sociocultural e ecológico. Dar un destino adecuado a
la basura que generamos todos los días, como personas, grupos e
empresas, debe llegar a ser parte de la identidad del orureño.
Gilberto
Pauwels
CEPA
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