El mes de noviembre es un mes de mucha importancia para muchas poblaciones de Latinoamérica, en especial para aquellos pueblos que viven de la agropecuaria. Al inicio de este mes se vive además la fiesta de Todos los Santos, una celebración muy significativa para comprender la percepción que el hombre y la mujer andina tienen en relación a la vida después de la muerte.
Esta festividad es un espacio donde se siente la presencia viva de los ancestros – antepasados, ya que, la muerte es considerada una parte más del ciclo vital del ser humano; se considera que las personas fallecidas no abandonan a sus familias ni a sus comunidades, sino más bien“el ajayu” del difunto convive junto a ellos. En consecuencia para el primero de noviembre se “arman tumbas”, con manteles y coronas de color negro (para difunto adulto) o manteles y coronas de color blanco (para difunto niño, niña o adolescente). Sobre estas “tumbas” se colocan algunos alimentos preparados para la ocasión y en especial comidas y bebidas que “le gustaba mientras vivía”.En tanto el dos de noviembre se visitan los cementerios. En este espacio se puede observar diferentes prácticas culturales y vivencias religiosas. Por ejemplo, podemos ver gente que hace rezar por frutas de la época o “t’antawawas” (panes de variedad de formas como escaleras, sol, luna, animales u otros). Otros visitantes contratan pequeños grupos musicales que al son de la banda, guitarra u otros instrumentos entonan notas de la música que al difunto le gustaba escuchar o bailar en vida. Esto no es sólo válido para las poblaciones de los Andes altiplánicos, pues similar situación se puede observar en los cementerios de Cochabamba y Santa Cruz.
Esta experiencia de espera y presencia del “ajayu” del difunto, se repetirá aunque con menos intensidad, durante la festividad de San Andrés, que se celebra el 30 de noviembre. Durante esta fecha se realizan, al igual que en Todos Santos, celebraciones eucarísticas con una lectura larga de nombres que los dolientes “han hecho anotar para escuchar misa” y por supuesto no faltará una gran cantidad de flores que deben ser bendecidas por el sacerdote, antes de ser llevadas al cementerio.
Para los pueblos originarios la fiesta de Todos Santos no sólo es el momento de esperar y estar con el “ajayu” del difunto. (Considérese que comúnmente se dice “alma”, sin embargo según el vocabulario propio de los aymaras, se denomina “ajayu”; esta denominación conlleva mucho significado ya que se refiere al ánimo, espíritu y alma). El “ajayu” representa la integralidad de la vida; en consecuencia para el hombre andino el “ajayu” no está solo en las personas, sino en toda la naturaleza (piedras, árboles, animales, cerros, etc.). Por eso se dice que la naturaleza y el cosmos tienen vida y en consecuencia se la debe respetar y dialogar con ella; se debe mantener el equilibrio.
Por eso Todos Santos no es sólo el momento para recordar a los difuntos; sino que es el inicio de una nueva época, según el calendario andino – amazónico, denominado “tiempo del Jallupacha”. Este tiempo inicia en el mes de noviembre y concluye a fines del mes de marzo, o concretamente el lunes de Pascua, tomando en cuenta como referencia el calendario festivo de la iglesia católica.
El dos de noviembre se constituye en un momento festivo para la población indígena, originaria y campesina, porque es la fecha en la cual los ancestros visitan a las familias y sus comunidades; es un tiempo para compartir comidas, bebidas y la alegría de la música.
De la misma manera, el 30 de noviembre (fiesta de San Andrés) los comunarios visitarán los cementerios. Por ejemplo en Huanuni (provincia Pantaleón Dalence), la gente del campo se aproxima al cementerio desde muy temprano, y a la salida del mismo los dolientes se echan mixtura blanca en la cabeza y se darán abrazos diciendo: “que sea en buena hora”. De la misma manera, en algunas poblaciones del Norte Potosí, mucha gente espera en las puertas del cementerio mientras los dolientes visitan las tumbas de sus difuntos. Una vez cumplida esta visita, se da inicio a la fiesta al ritmo de instrumentos aerófonos como la tarqueada y pinquillada o al ritmo de instrumentos de cuerda como la qonqota. En este sentido, para los que vivimos en las poblaciones andinas, la muerte no es “alejarse de este mundo para irse al cielo”, sino el ajayu del difunto continúa junto a su familia y la comunidad, dialogando con la Pachamama para que la cosecha, la reproducción de las crías de animales y la vida en las familias estén bien y no falte nada en los hogares de las personas.
Es decir, el tiempo del Jallupacha no sólo está relacionado con las lluvias, sino también con la presencia de nuestros ancestros. Esta presencia se extiende hasta la época de los carnavales y en los rituales como el jisk’a anata y jach’a anata, cuando se les invocará para que las cosechas y la reproducción de los animales sean buenas. Según las prácticas culturales y prácticas religiosas que aún se mantienen, se cree que el “ajayu” viene para traer fecundidad y fertilidad para la alimentación de los comunarios durante todo el año, conforme a la filosofía andina del Vivir Bien. Noviembre también es la época de la siembra tardía en los campos del altiplano, mientras que las plantitas de la primera siembra (septiembre) o segunda siembra (octubre) ya están empezando a reverdecer, por lo que se necesitará la lluvia.
Durante el tiempo o época del Jallupacha se toca el instrumento musical de la tarka. Este instrumento permite dialogar con la Madre Tierra (Pachamama) para pedirle que haya suficiente lluvia para los sembradíos o caso contrario para que deje de llover o granizar y no afecte a las plantitas que reverdecen o empiezan a florecer. Por tanto la tarqueada (interpretación musical y danza al ritmo de la música de la tarka) se realizará, desde Todos Santos, pasando por las celebraciones del jisk’a anata y jach’a anata, y durante la floración de la papa en carnavales, hasta el lunes de Pascua.
San Pedro de Totora se constituye en un emblema cultural para la Nación Originaria Suyu Jach’a Karangas, ya que es aquí donde el 10 de noviembre se desarrolla el denominado “desentierro de la tarqa en honor al inicio de las lluvias, la germinación de la papa, el reverdecimiento de los pastizales y el inicio del Tumpawi y Muyunta de las autoridades originarias, hilacatas, tata tamanis, mama tamanis de los nueve ayllus de la provincia” (Ley 3710, Art. 2). Esta recuperación cultural, es uno de los elementos que corresponde al proceso de descolonización y de la construcción del Estado Plurinacional de Bolivia. La provincia San Pedro de Totora ha sido declarada, por la Ley 3710 del 9 de julio de 2007, como la “Capital Folklórica de la Tarqueada y de los tejidos multicolores, verdes; aguayos; ponchos; ch’uspa; ch’ullus y tarillas, que son la indumetaria de las autoridades originarias a nivel departamental y nacional, las mismas que se constituyen en símbolos culturales del pueblo aymara y boliviano” (Art. 1).
No debemos olvidar que muchas de estas prácticas culturales y vivencias religiosas han sido mantenidas por siglos a través de la tradición oral y las prácticas culturales en cada una de las comunidades. Una práctica cultural o vivencia religiosa de una comunidad puede ser muy diferente a la de otra, aunque entre ellas se encuentren cercanas.
Cosa común es que la celebración del “tiempo del Jallupacha” está relacionado con la producción agrícola y pecuaria del Juchuy Puquy (pequeña madurez – correspondiente a los meses de enero y febrero) y Jatun Puquy, (tiempo de la gran madurez – correspondiente a los meses de febrero y marzo). Además, es el tiempo de los cruces y del apareamiento de animales y de las actividades preparatorias para las cosechas y el agradecimiento por su labor a la Madre Tierra, que generosamente garantiza la alimentación para los wawaqallus (comunarios). La fiesta de la Virgen de la Candelaria, en la concepción del hombre y la mujer andina, es el comienzo de los preparativos para las cosechas y la k’illpa (marcación de animales). En estas fechas los campos de producción son regados con licores, confites, serpentinas y frutas dando inicio a las fiestas de Carnaval o Anata Andina. En estas fechas se produce también la “qhispia” (robo ritual de mujeres jóvenes), durante el Domingo de Tentaciones.
Julián Arias
Programa Diversidad - CEPA
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